La geografía de Chile me sorprende, es muy alta y delgada cual modelo, 4300 x 400 km. Se extiende desde el desierto más árido del mundo en el norte hasta la mismísima Antártida, por un lado lo limita el océano Pacifico, que de Pacífico tiene poco y al otro cual celador vigilante se levanta una muralla, por mucho tiempo infranqueable, la cordillera de los Andes. Si tomamos una rebanada de Chile obtendríamos algo parecido a la espalda de un camello, donde las jorobas serian ambas cordilleras, los famosos Andes y la menos conocida, más baja, pero no menos hermosa, cordillera de la costa. Esta vez ahí nos dirigimos para descubrir el Parque Nacional Nahuelbuta, situado en un tramo de la cordillera que lleva el nombre del parque en la Región de la Araucanía.
Viajamos en temporada baja, lo cual es casi siempre una ventaja ya que evitan las aglomeraciones. No esta vez, cien alumnos de un colegio de Santiago con sus profesores, cocineros, guardias y su cura ocupan todo el sitio de camping. El guardabosque nos da una solución, nos ofrece acampar en el área de picnic, gratis. Si pensamos que nos ahorramos 10 mil pesos por noches, es una suerte. Una vez instalados decidimos tomar el sendero más conocido del parque, Piedra del Águila.
El sendero sube hasta una roca gigante que domina el paisaje, a los 1379 metros de altura. Al aproximarse a la cima el suelo de tierra cambia por calzadas naturales de piedra y el otrora frondoso bosque desaparece. Ya en la cumbre el bosque se extiende a los pies de la Piedra del Águila como el mar al pie de un acantilado, el viento sopla sin obstáculos. En un buen día se pueden ver las cumbres nevadas de los Andes y el océano Pacifico solamente girando la cabeza de un lado al otro.
Lo que realmente nos maravilla, es la majestuosidad y antigüedad del bosque que el sendero atraviesa. Benjamín y yo nos sentimos seducidos a los pocos pasos. Rodeados por árboles milenarios con enormes troncos, flores silvestres, escarabajos color arco iris, insectos y lagartijas de todas las formas y colores. Tardamos horas en recorrer los dos pequeños kilómetros hasta el mirador. Pareciera que cada 10 metros tenemos que parar para observar, comentar, escuchar o fotografiar algo interesante. La variedad de cantos de aves es asombrosa, pero son muy difícil de ver, ya que vuelan demasiado rápido y se posan en las ramas más altas de los árboles, emprenden vuelo aunque tratemos de acercarnos de la forma más sigilosa posible. Pareciera que el bosque está poblado de pequeños fantasmas con plumas.
El Parque Nacional Nahuelbuta está situado en el único lugar de la cordillera de la costa donde se encuentran araucarias, famosa especie endémica de árbol que ya hemos conocido en el Parque Nacional Conguillío. Durante la última glaciación de la región hace 14 mil años dos zonas del parque quedaron libres de hielo, verdaderas arcas de Noé, sirvieron de refugio para numerosas especies animales y vegetales. Por eso se han conservado las poblaciones de araucarias y de otras especies endémicas hasta hoy. Ha servido para la repoblación de la región una vez que el hielo desapareció. La biodiversidad de la cordillera de Nahuelbuta es admirable, el parque está lleno de vida por donde miro. No es sorprendente que sea uno de los hotspots de biodiversidad del mundo.
De vuelta en el campamento, observamos pequeños chincoles, aves comunes en Latinoamérica. Se acercan en busca de migas. Un lindo pidén que vive en la orilla del arroyo cerca de donde acampamos sale cuando anochece, admiramos su lindo plumaje azul oscuro mientras se desplaza ágil sobre sus delgadas y altas patas. Nos vigila mientras busca comida en el agua, receloso y silencioso. Poco a poco todo se vuelve calmo, los cantos de aves y los zumbidos de insectos cesan. Ecos de cantos y gritos alegres nos llegan desde el camping, solo aplacados por el sonido del arroyo y el crujido de la fogata.
Viajar en temporada baja también implica un clima caprichoso, si bien los días son agradables, las noches son especialmente frías. En la mañana la carpa se encuentra cubierta por una capa de hielo. Menos mal que es posible hacer fuego, eso lo aprovechamos para experimentar la cocción de piñones en las brasas, el resultado nos gusta, algunos piñones explotan enviando fragmentos en todas direcciones, lo cual hace muy feliz a los chincoles.
Volvemos a la observación de animales (si los encontramos). Un guardabosque nos explica que es común ver zorros y carpinteros negros, característicos de la región. Un paseo sobre el sendero El Aguilucho nos lleva hasta una zona donde nos sorprende el cambio brusco en la vegetación, el denso bosque deja espacio a las hierbas, matorrales y arbustos. Algunos árboles muertos y secos, muchos aun en pie, completan el paisaje. De repente, un ruido, un carpintero picoteando. Salimos del sendero para ver mejor pero no lo encontramos. Hasta trepo a un árbol para buscarlo, pero nada, el ruido para, se hace invisible. Las aves de Nahuelbuta de verdad parecen fantasmas.
Los únicos animales que podemos ver de cerca son vacas. Como pisotean, rompen y comen la vegetación no deberían estar acá. Un guardabosque después nos explica que instalar cercas alrededor del parque es muy costoso, pero se habilitará un camino alrededor del parque para que actúe como una barrera natural e incitara a los propietarios de las parcelas cercanas al parque a cercar sus terrenos, encerrando a sus animales con tendencias vagabundas.
Terminamos el día con otra vuelta por Piedra del Águila, cerca de la cual se encuentra la Casa de Piedra, formada por la erosión a través de los siglos, es un refugio natural que sirvió para cazadores y recolectores en el pasado. Es bastante grande y el techo no es bajo, pero sigo prefiriendo la carpa. El tiempo vuela, el día acaba y pasamos otra noche glacial, abrigados y acurrucados para no tener frío. Después de pasar parte de la mañana junto a la fogata es tiempo de partir. Es un lugar precioso, pero lo único que nos queda para comer son piñones que recogimos en los arboles alrededor, como tuvimos la suerte de quedarnos gratis alargamos el viaje una noche.
La vuelta a dedo es un poco lenta los primeros kilómetros, es una zona rural bastante aislada. No hay negocios y más enojado es el estómago que gruñe como señal de protesta. Caminamos en dirección a Angol, la próxima ciudad, donde tomaremos el bus. Llegamos a una encrucijada, el camino de la izquierda y el de la derecha indican Angol, esperamos en la intercesión a que pase alguien para preguntar que camino tomar. Paramos la primera camioneta que pasa, en dirección a la deseada, nos ofrecen llevarnos a recorrer los alrededores antes de regresar juntos a la ciudad. Aceptamos con gusto.
Nuestra guía improvisada, Jaqueline, nos da todo lo que queda de su almuerzo: un pan con queso, un tomate, un poco de mayonesa y Coca-Cola. No me gusta para nada esta bebida, pero disfruto cada gota. Comemos en la parte trasera de la camioneta, con el viento sobre nuestros rostros. El movimiento de la camioneta hace difícil cada maniobra, mientras uno come el otro sujeta el resto, no es fácil, pero disfrutamos cada bocado con una hermosa vista de montaña bajo el cielo azul, nos reímos, somos conscientes de nuestra suerte.
Jaqueline compra conejos cazados por las personas de lugar para venderlos en el mercado de Angol. La primera detención es en una casita al final de un camino de tierra, tan empinado como una montaña rusa. Nos invitan a comer pan y mermelada de mora, caseros y deliciosos. Ellos cazan conejos, zorros e incluso algún ocasional puma que baja hasta acá para atacar las gallinas. Antes de abandonar el lugar, la dueña de casa hace algunos encargos a Jaqueline. La escena se repite cuando nos detenemos al pie de una pequeña montaña, en un estrecho valle. Botellas de gas y queso, esos son los encargos para la próxima visita. Esta zona está muy aislada y poco poblada. En el camino de vuelta cruzamos más jinetes y bueyes que auto, varios tramos parecen ser accesibles sólo en 4×4, las personas tienen que ser bastante autosuficientes y casi me sorprende ver los postes eléctricos.
Ya en dirección a Angol, veo un frágil copihue en flor al borde del camino. El padre de Benjamín tiene razón, él nos recomendó este lugar, la cordillera de Nahuelbuta es hermosa. A la entrada del parque un cartel recuerda que todos los gigantes del bosque empezaron como un minúsculo brote. Invita a respetar todas las formas de vida en cualquier parte de su ciclo. Recuerdo a los alumnos del colegio de Santiago, tienen la suerte de visitar este parque, sólo lamento que esta iniciativa no sea más frecuente. El acceso al parque es demasiado costoso para muchas familias chilenas, los niños a menudo no pueden aprovechar las riquezas naturales situadas frecuentemente dentro de su misma región. Sin embargo, tengo la certeza que un lugar como Nahuelbuta es ideal para la educación ambiental. ¿Quién no querría proteger un ecosistema tan hermoso y amenazado?
Parque Nacional Nahuelbuta Información: www.parquenahuelbuta.cl Tarifas: Chileno adulto $ 2.500 – niño $ 1.000. Extranjero adulto $ 4.000 – niño $ 2.000. Horarios: de 8 a 20, lunes a domingo. Camping: Chileno $10.000/sitio. Extranjero $ 12.000/sitio Para saber más acerca de la biodiversidad de la cordillera Nahuelbuta: Cordillera de Nahuelbuta: RESERVA MUNDIAL DE BIODIVERSIDAD por Alexia Wolodarsky-Franke y Susan Díaz Herrera, WWF Chile |
Etiquetas: Parques y Reservas de Chile Región de la Araucanía trekking Viaje a dedo Viaje: Chile y Argentina
2 Comments
todo muy ameno y entretenido tu relato, continùa siempre escribiendo, lo haces tremendamente bien te felicito.
Un gran sueño! que bonito lo que escribiste ” No se donde iremos ahora, pero sabemos que iremos juntos, así que lo demás importa poco”.
Exito en todo!